El meloncillo
El meloncillo, representado en la Península Ibérica por la subespecie Herpestes ichneumon widdringtonii, es la única mangosta europea. Es fácil de reconocer por su cuerpo alargado y paticorto y su cabeza fina, así como por su larga cola, que puede llegar a medir hasta 45 cm, ancha en su arranque y rematada en un mechón negro.
Su cuerpo, de 51 a 55 cm de largo y 19 a 21 cm de altura en la cruz, está cubierto de un pelo negro con las puntas en amarillo cremoso, o pardo con la punta en gris plateado, lo que le da un aspecto jaspeado. Los machos son algo mayores que las hembras.
Su cabeza es pequeña, puntiaguda y estrecha; no más ancha que el cuello. De ella sobresalen ligeramente sus orejas, cortas y anchas. Pero lo que más llama la atención son sus ojos, de color más bien claro y con una pupila horizontal, rasgo excepcional entre los carnívoros, que le confiere una mirada inquietante.
El meloncillo es el carnívoro español más diurno; de hecho, apenas sale por la noche, ya que disfruta de 15 horas ininterrumpidas de descanso. Sus momentos de mayor actividad son un poco antes del mediodía y hacia la media tarde.
Su andar es desgarbado, reptiliano, sin apreciarse las cortas patas. Sus extremidades delanteras son bastante fuertes, lo que le permiten hacer marchas relativamente largas y, sobre todo, excavar con bastante pericia, ayudado por sus robustas uñas. Esto le permite adaptar antiguas madrigueras de conejos o incluso de tejones para usarlas como dormideros; también así cazan los gazapos que les sirven de alimento principal.
Además de estos jóvenes conejos, también se alimentan de reptiles, y no le hacen ascos a los micromamíferos e insectos que sean capaces de capturar.
A su vez, sirven de alimento al lince, cuya predación sobre el meloncillo ha sido constatada en Doñana.